El impacto emocional del dolor crónico

El impacto emocional del dolor crónico

Dña. Marisol Delgado Artime
Psicóloga, Colaboradora de L.A.R.

EL DOLOR ES UNA EXPERIENCIA QUE NO ES AJENA A NINGÚN SER VIVO.

La causa más común del dolor es cuando actúa al detectar una lesión en los tejidos o una enfermedad en el organismo. En general, la intensidad del dolor se condiciona con el nivel y severidad de la enfermedad. Si el dolor se puede aliviar mediante los analgésicos habituales, seguro que desaparecerá en cuestión de horas o días, hablamos entonces de dolor agudo. El principal problema lo encontramos en los dolores que deberían desaparecer pero no lo hacen, hablamos entonces de dolor crónico, aquel que permanece durante más de 6 meses como mínimo.

Con el avance de la Psicología y el desarrollo de nuevos modelos teóricos sobre el dolor crónico, concretamente el Modelo del Control de la Puerta (Melzack y Casey), el dolor va a ser interpretado como una experiencia tridimensional, resultado de un cúmulo de factores que se relacionan entre sí (físicos, emocionales y mentales). Se plantea así la necesidad de dar a la persona enferma de dolor crónico, un tratamiento multidisciplinar, que considere, además de los aspectos sensoriales o físicos, los aspectos emocionales, cognitivos y conductuales.

En definitiva, desde el abordaje psicológico, la experiencia del dolor crónico queda caracterizada entonces como un fenómeno multidimensional, tanto en su naturaleza como en sus determinantes, que resumidamente serían:

1) la capacidad de los/as pacientes para manejar una situación que es, en sí misma, estresante;
2) los recursos externos con los que se cuenta para hacerle frente; y
3) las características personales.

Hay algunas investigaciones que ponen de relieve el papel que las variables de personalidad tienen sobre el modo de afrontamiento ejercido; específicamente, el neuroticismo se asocia con modos de afrontamiento ineficaces y con una peor adaptación. Sin embargo, la extroversión y el optimismo parecen tener una función protectora, pues se asocian al afrontamiento activo, a un mejor nivel de funcionamiento y un estado de ánimo positivo (Ramírez, López y Esteve, 2004).

De forma habitual, las personas que padecen dolor crónico se encuentran ante una situación, la del propio padecimiento, muy negativa por el dolor en sí, así como por el impacto personal, familiar, social y laboral que le acompaña. Todo ello va a generar unos estados emocionales muy intensos, que agravan, aún más si cabe, toda la sintomatología .

Las emociones más directamente relacionadas con el dolor son el miedo, la angustia y la tristeza, y llevan a un conjunto de cambios fisiológicos, cognitivos y conductuales que pueden caracterizarse clínicamente con los rótulos de ansiedad y depresión. Tanto la ansiedad como la depresión producen un agravamiento en el problema del dolor, este agravamiento se ve producido, principalmente, por la actitud pasiva, la reducción de la actividad general, la adopción del rol de enfermo/a, de incapacitado/a, los pensamientos catastrofistas, etc.

Otra emoción que suele estar asociada a la valoración cognitiva del dolor, y a la que se le ha prestado menor atención es la ira, que puede ir dirigida hacia la propia persona enferma, hacia los/as demás, o, como punto intermedio entre ambas, derivar hacia una agresividad pasiva. (Vallejo, 2000).

El interés por la contribución de los factores psicológicos, tanto a la percepción, como a la forma de afrontamiento de la experiencia dolorosa, ha traído consigo el desarrollo y la aplicación de múltiples técnicas psicológicas:

Por un lado un conjunto de técnicas se dirigen a romper el circuito dolor-tensión-dolor y reemplazarlo por una reacción incompatible con la situación de tensión mediante técnicas de autocontrol fisiológico: respiración abdominal, entrenamiento autógeno, relajación muscular progresiva, técnicas de visualización, biofeedback, etc. Estas técnicas permiten que la persona conozca mejor su cuerpo y los cambios que en él se dan, permitiendo un mayor control y afrontamiento de las situaciones problemáticas y de las emociones negativas que éstas generan.

Otro grupo de estrategias pretenden resolver los problemas derivados del exceso de incapacidad, de las importantes limitaciones que ocurren en la cotidianidad de las personas que sufren dolor crónico, así como modificar las expresiones de sufrimiento del sujeto, promoviendo conductas adaptadas incompatibles con las de dolor. Contribuyen así a mejorar la calidad de vida y a facilitar la recuperación emocional.

La aproximación cognitivo-conductual considera, así mismo, crucial abordar la forma en que los/as pacientes construyen su mundo y atribuyen significado a sus eventos. De este modo, se incluyen en el tratamiento los aspectos afectivos (¿Qué siento?) y los cognitivos (¿Qué pienso?) de la experiencia dolorosa. Promoviendo de esta forma el aprendizaje de formas más eficaces de pensar, de sentir, de actuar, en definitiva, formas de participar activamente en el propio tratamiento.

Por último, destacar la existencia de otras técnicas tendentes a mejorar la autoestima y el manejo de situaciones familiares, sociales y laborales. Sin olvidar la importancia de proporcionar, además, los mecanismos de soporte necesarios para la propia familia de las personas afectadas. La pareja, los hijos e hijas, etc., también se pueden beneficiar con las intervenciones psicológicas.

 

Ésto les ayuda a asumir la enfermedad y sus limitaciones, a manejar eficazmente sus emociones, mejorando el estado de ánimo y la capacidad de afrontar las situaciones problemáticas y, en general, mejorando la calidad de vida.

Por último, destacar la importancia de la intervención en grupo. Numerosos estudios la han mostrado como una alternativa muy positiva, pues favorece la motivación hacia las tareas a realizar, y los logros de un/a participante dan información al resto del grupo, favoreciendo la asimilación de los contenidos y una mayor adaptación en la práctica.